Todos los que nacemos en el País Vasco somos conscientes desde la niñez de la importancia de la gastronomía dentro de nuestra cultura. Todo lo celebramos en torno a una mesa, desde un cumpleaños, una boda, un logro deportivo, una apuesta de mus ganada, o la despedida de un ser querido, cualquier evento social es pretexto perfecto para ser celebrado comiendo. 

Lo curioso es que al margen de estos actos festivos existen otros muchos acontecimientos donde se celebran los alimentos en sí: las primeras setas de la primavera, los últimos tomates de la huerta, ese guiso de ciervo o de jabalí cazado por el avispado aitona, la matanza del cerdo y la suculenta degustación de morcillas y chorizos… El cordero de Pascuas, las torrijas de Semana Santa, el txantxingor de Todos los santos,  las baztan-zopak de las fiestas patronales… Y así, un sucesivo desfile de eventos y de manjares colman el calendario culinario de los vascos.

Provengo de una familia vasco navarra, y las mujeres de mi familia son y han sido siempre, cómo no, excelentes cocineras. Siempre me ha maravillado su capacidad organizativa para deleitarnos a diario en la mesa con sus guisos. Por ello siento gran admiración por todas las personas que se dedican a este noble arte que es la Cocina. Escribo Cocina con mayúscula porque es mucho más que un espacio físico dentro de un hogar o de un restaurante. Es el lugar donde se crean lazos humanos de familia y compañerismo. Y es además donde los ingredientes, tratados con grandes dosis de esmero y conocimiento, se elevan a Arte. En una cocina prima la vocación y el espíritu de servicio.  

Poner en valor el trabajo de las personas que dedican su vida a complacer nuestros paladares es mi principal objetivo. Su labor es encomiable y mi misión es acompañarles en la tarea de presentar de manera óptima sus creaciones culinarias en la mesa.